¿Mitos o realidades en la migración reciente a Chile?
Alejandro Villalobos Martínez-Enrique Muñoz Pérez
Investigadores del Centro de Estudios Migratorios e Interculturales
Universidad Católica Del Maule

No nos cabe la menor duda, que el proceso eleccionario reciente de los Estados Unidos tiene efectos colaterales en el mundo entero y en distintas dimensiones. Donald Trump, como candidato propuso ideas absolutamente contestarías que lograron captar al casi impredecible elector norteamericano, con un discurso que abordaba diversas temáticas alejadas de la política tradicional de los acuerdos, o de formas de “buena crianza”.

La habilidad del magnate Trump tuvo la sensibilidad para recepcionar las preocupaciones del ciudadano medio, tradicionalmente escéptico de cambios radicales en los procesos eleccionarios. Sin embargo, esta vez el elector norteamericano disconforme con el actual escenario de los Estados Unidos en el concierto internacional, junto con las dificultades de crecimiento y desarrollo arrastrado por más de una década, optó por la irreverencia política, respaldó al caudillo financiero, casi autoproclamado salvador del espíritu norteamericano.

Quizás uno de los elementos más complejos del discurso de Trump, y que tiene impactado al mundo hispanoamericano es la intencionalidad cierta de deportar a todos aquellos que se encuentren en situaciones irregulares en el país del norte, idea que afecta especialmente a mexicanos, país cuyas cifras migratorias hacia los Estados Unidos son las más altas, y con quien comparte una de las fronteras más extensas del mundo por sobre la que Trump pretende construir un muro, instalando una política similar a como en la antigüedad Romana separó a Romanos -civilizados- de los bárbaros Celtas y escocés en la antigua Britania, claramente con una mirada etnocentrista, donde el civilizado es quien decide quien se incorpora al mundo conocido, a la “ecúmene”.

El fenómeno Trump, parece ser que en Chile no ha pasado desapercibido, y por estos días ha surgido ante la opinión pública nacional, la problemática de si realmente la política de migración en Chile debiese ser revisada y modificada. En hora buena, si eso es así, felicitaciones por el avance. Sin embargo, en la última semana hemos escuchado con fuerza las intenciones de restringir la migración a nuestro país, expulsar a los “ilegales” o extranjeros que cometan delitos, evitar la migración de comunidades o colectivos nacionales, entre otras múltiples opiniones. Actores políticos de diferentes sectores han entrado a la arena comunicacional, particularmente ex presidentes, diputados y senadores, quienes se atreven a poner sobre la mesa una discusión que tiene más ribetes de campaña electoral que de realidad efectiva.

Al respecto, las cifras que se manejan dejan entrever que la opinión de ciertas autoridades, no siempre tiene un asidero científico y real, y por tanto nos parece que desde el Centro de estudios Migración e interculturalidad de la Universidad Católica del Maule (CEMIN) podemos precisar y destacar algunos puntos que orienten a la opinión pública nacional y regional.

Una primera idea clave, los discursos de algunos candidatos evidencian una mirada abiertamente segregadora, asociada a los rasgos fenotípicos de los migrantes, con matices xenofóbicos hacia ciertos grupos de migrantes afrodescendientes y amerindios, específicamente dominicanos, haitianos, ecuatorianos, colombianos. Conducta francamente preocupante si este discurso se viene a instalar desde las cúpulas de poder, pues no solo generan corrientes de opinión, sino que perfectamente pueden llegan con mayor facilidad a ser una política pública.

En el discurso, de ciertos sectores más conservadores de la sociedad chilena, se aprecia desconocimiento y negación respecto a las cifras que representan realmente los grupos de migrantes en la última década. Más aun, las cifras de delincuencia a los cuales se hace referencia, por tanto las autoridades comienzan a instalar en la discusión un imaginario del migrante carente de soportes comprobables, baste señalar que los niveles de delincuencia de los grupos migrantes no superan el 1,1% de quienes ingresan a los tribunales de justicia y a los recintos penitenciarios en 2015, sólo unos 5.415 migrantes de acuerdo al boletín estadístico de la Mesa Interinstitucional de Acceso a la Justicia de Migrantes y Extranjeros.

Asimismo, quienes forman parte de este pequeño grupo migrante, pero que nos debe invitar a reflexionar qué nos está pasando con este grupo humano, probablemente, estas acciones deben ser asociadas a las pocas oportunidades que en Chile les hemos brindado. Ahora bien, debemos preguntarnos ¿por qué tanta preocupación por la delincuencia del migrante?, claramente, obtener réditos políticos con un discurso fácil, a menos de un año de una elección presidencial, es una mala copia de la elección norteamericana, pero puede ser beneficioso para quien pretende instalar esa idea, por eso la intención es que la ciudadanía reflexione libremente en torno a este escenario migratorio.

Una segunda idea clave, la población migrante, es una fuerza económica importante que en la medida que sea realmente incorporada a nuestra realidad nacional, será un plus al desarrollo del país. Chile desde hace más de dos décadas que transita hacia un envejecimiento sostenido, cuyas proyecciones de crecimiento poblacional según el Ine (2015) continúan a la baja con una tasa global de fecundidad que bordea el 1,8 hijos por mujer anual, muy por debajo de los límites de reemplazo, siendo el crecimiento demográfico muy por debajo de lo esperable para mantener los índices de crecimiento y desarrollo del país en los próximos 30 años.

La incorporación de migrantes con altos estándares con incluso mayores niveles de escolaridad, hace presagiar que ellos podrán suplir el envejecimiento de la población nacional, en el entendido que la población migrante genera un nuevo impulso a la sociedad receptora. De tal modo, que en la medida que se comprenda que el migrante es un revitalizador, que pueden suplir la escasez de innovación y emprendimiento que tienen los chilenos, podemos tener esperanzas en que los migrantes podrán hacer frente a los desafíos de una economía global.

Para el caso de la región del Maule, una de las áreas con mayores niveles de rezagos en los procesos de industrialización nacional, zona eminemente agraria, claramente los procesos migratorios pueden revitalizar económica y socialmente en la medida que seamos capaces de acogerles y acompañarles en su emprendimiento de venir a Chile. En la medida que la migración sea vista como una oportunidad por todo el entramado social sin distinción será posible valorar a los grupos migrantes como personas de derecho que pueden contribuir al desarrollo de una región y país.

Una tercera clave, Chile se ha construido históricamente con migrantes. El discurso electoral instalado por estos días, tiene la tendencia a desconocer que los procesos migratorios son un fenómenos social propio del ser humano y de larga data, y que somos garantes de los Derechos Humanos fundamentales, a los cuales Chile ha suscrito distintos tratados y convenciones internacionales, de tal modo que, si nuestro país quiere avanzar a tener ciudadanos globales no le es posible construir barreras proteccionistas de migrantes. Probablemente, se debe trabajar desde las escuelas como primer paso para promover en Chile una cultura de la acogida y la hospitalidad a todo aquél que provenga más allá de nuestras fronteras, orientada a conseguir un país más rico en diversidad e interculturalidad.

Uno de los grandes mitos chilenos, está declarado en una vieja canción que dice “y verás cómo quieren en Chile al amigo cuando es forastero”, es necesario que nos hagamos cargo de este discurso que en una simple canción se ha propuesto como un ideal. Sin embargo, es necesario que la clase política, tan desprestigiada por estos días, no piense en la inmediatez del voto, sino realmente desarrolle un proyecto de país con una mirada hacia el siglo XXI y supere los estereotipos y prejuicios decimonónicos. Indudablemente, es necesario considerar la experiencia histórica, donde se evidencia que quienes han optado por políticas segregadoras de la migración difícilmente han construido sociedades más inclusivas.

Chile se ha transformado en un polo atractivo para migrantes sudamericanos. Efectivamente, de cada diez migrantes en Chile siete son latinoamericanos. Desde el año 2006 a la fecha el número de inmigrantes creció en un 78,5% y hoy suman 477.000 personas con residencia regularizada (Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, 2016). De este modo, el escenario migratorio en Chile señala que el 75% de los inmigrantes provienen de países de América del Sur. Las 10 comunidades de extranjeros más grandes provienen de Perú, Argentina, Bolivia, Ecuador, España, Estados Unidos, Brasil, Venezuela y China, lo que representa cerca de un 2,8% de la población total del país.

Recientemente, el Departamento de Extranjería ha reconocido que el número de migrantes de origen colombiano y dominicano, forman las comunidades extranjeras que más han aumentado en los dos últimos años, llegando a representar entre ambas el 8% de los extranjeros que residen en Chile. En este contexto, Colombia es la comunidad que ha desarrollado un crecimiento sostenido en los últimos años, llegando a registrar 28.491 residentes al año 2015 (Fuente: Informe Departamento de extranjería y migración de Chile, 2015).

En síntesis, es innegable que las cifras migratorias en Chile, vienen al alza, pero es un mito que estemos “llenos de migrantes”, es un mito que los afrodescendientes sean quienes tienen las mayores tasas de delincuencia, 0,3% de las denuncias de ilícitos en 2015 involucró a un extranjero, totalizando 4.299. 193 personas fueron víctimas de trata de personas entre 2011 y 2015, de acuerdo a un informe de la mesa intersectorial que encabeza el Ministerio del Interior; es un mito del discurso político que los extranjeros le quitan el empleo a los chilenos, el migrante latinoamericano posee 12, 5 años de escolaridad superior al promedio chileno, y llega a Chile como mano de obra calificada, pero actualmente está desarrollando empleos de menores ingresos que los nacionales no están dispuestos a trabajar, según cifras del último informe del Servicio Jesuita de Migrantes y refugiados (2016).

Por tal motivo, nos parece que es hora que el discurso de la clase política, se concentre en mirar este proceso como una oportunidad histórica de cambiar los dogmas de nuestro origen. Chile se formó a partir de la migración Europea y el sincretismo cultural con los pueblos originarios desde el siglo XVI, se construyó una sociedad monocultural, cuyos privilegios históricos apuntaron a beneficiar a un grupo humano en particular racialmente blancos, de origen europeo, católicos, criollos, de castas nobles, en desmedro del indio, del mestizo y del afrodescendiente, claramente nuestro origen apuntó a la construcción de una sociedad segregadora.

Hoy en pleno siglo XXI, debemos recordarnos que ya no somos, y nunca seremos una sociedad monocultural, estamos transitando hacia una sociedad multicultural, multiétnica y diversa, si somos capaces de acoger al migrante del origen que sea, estaremos dando un paso gigantesco para construir una verdadera sociedad inclusiva, sin miedos, con visión de futuro y no de pasado, y no solo quedarnos en asumir un discurso foráneo como el del presidente electo de los Estados Unidos, necesitamos ser constructores de nuestro propio futuro, avanzando hacia un ciudadano global.